Los cielos se apiadaron y descargaron algo de lluvia en la Sierra de San Vicente.
Nunca habíamos tenido las vacaciones en julio, es el primer año, espero sea el único. La tranquilidad inunda este pueblo llamado El Real de San Vicente. Hoy, los pájaros están más contentos que ayer. El agua suaviza todo enfado. Incluso las ramas de los árboles tienen la cara más estirada y sus brazos los mueven con más entusiasmo. Las golondrinas juguetonas no dejan de bailar con su misma música que hacen sus picos al piar. Hoy, es como si el campo volviera a sonreír. Se aprecia en el ambiente un estado más eufórico. El agua es vida y medicamento; de ahí, las pocas gotas que han caído de madrugada haya devuelto la alegría a esta serranía.
El viernes pensé que me moría. Resulta que en lugar de ponerme a leer al frescor de la mañana como cada día de lunes a viernes que viene la joven de ayuda a domicilio, que tiene asignado mi padre, por la dependencia que tiene, le lleva las dos horas de paseo. Yo prefiero limpiar y hacer la comida. Así mientras ellos están de paseo, yo me siento a leer. Es mi tiempo de vacaciones y lo disfruto más que si fuera a otro lugar maravilloso.
Ese día fui con Antonio a despejarme al campo, de paso, le ayudé a recoger tomates. Bien temprano. Hacía mucha calor. Fui sin desayunar ni beber agua. Sudé muchísimo. Cuando volvimos a casa, él fue a un recado. Yo me tomé una crema de calabacin muy fría del frigorífico. La bebí con ansias, como si no hubiera un mañana. A los diez minutos como pude tuve que llamar Antonio porque no me encontraba bien. Se me cerraban los ojos y estaba muy mareada. Con ganas de vomitar La cara la tenía muy tirante. Francamente, estaba muy mal. Como pude bebí varios vasos de agua templada. No sé por qué intuí que tenía que beber para atemperar el cuerpo. Me tomé la tensión y tenía 156 de máxima y 122 de mínima. Las pulsaciones de 103.
Mi padre me miraba asustado. Le dije que no pasaba nada. Que no funcionaba bien el aparato, por eso me la tomaba una detrás de otra.
Cuando llegó Antonio al verme tenía cara de preocupado. Él me iba acercando los vasos de agua templada. Me iba encontrando mejor. Dijo de bajarme a urgencia, pero mi tensión se fue normalizando. Los latidos tardaron más de una hora hasta que volvieron a mis 55 que sin los que tengo habitualmente con algunos días más y otros menos.
Precaución y no someter al cuerpo a estos cambios tan bruscos de temperatura. No podemos llegar acalorados y beber frío, muy frío de la nevera. No podemos maltratar al cuerpo de esta manera tan brusca. Yo aprendí bien la lección. Creo que lo que tuve fue un golpe de calor.
Hoy, disfruté leyendo el libro que me tiene enganchadisima. Leo a Isabel Allende y su Largo Pétalo de Mar. Lo recomiendo.