miércoles, 6 de marzo de 2019

La tierra está sedienta...

La lluvia
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Está sorprendidisima. Llevaba tanto tiempo que nada, ni nadie, la acariciaba de esta forma, que  comenzaba a pensar que todo se había terminado.
La resequedad del ambiente le dolía hasta el extremo que toda su piel superficial comenzaba a estriarse .  Ya no sentía ni el posarse de las moscas. Ni qué decir de las suaves  alas de las mariposas. Tampoco sentía cuando algún pajarillo hincaba su pico en la tierra para ver si conseguía algún insecto dormido, que no se lo hubiera tragado la tierra para ahogar su sed aunque fuera de sangre.  Estaba tan compacta que le eran ajenas las caricias del aire. Sin embargo sí sentía el calentar de los rayos del sol invernal. Éstos, le producìan picor y quemazón. Hasta el extremo que a veces daba la sensación que la tierra sufría de eczema o soriasis.
Hay por fin su piel comenzó a regenerarse y a respirar.
Las pocas flores  nacidas en invierno se irguieron, esto sucedió porque bebieron algunas gotas de agua fresca de la mañana. Las raíces de los árboles agarrotadas como almendras garrapiñadas perdieron su entumecimiento y hubo bajo tierra un grito de placer.  Y otro un poco más allá. Y muchos gritos fueron formando una gran cadena uniendo sus enormes brazos por los que la sangre parada comenzó de nuevo a invadir las venas.
El agua que hacía tiempo no penetraba en la tierra, la llenó de alegría y placer. No debemos de olvidar que el agua es vida para los humanos, para los animales, pero también lo es para mi que soy la  tierra,   sin ella  me muero de sed como cualquiera de vosotros

El caballo
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Corretea por el prado como si fuera la última vez que pudiera hacerlo. Escuchó a sus dueños que el próximo mes iba a ser de mucho trajín  para él, ya que habían publicado en varios periódicos  que él por ser el más fuerte y dócil, se dedicaría a dar paseos a familias enteras.
A los pocos días fue limpiado y bien cepillado. Sus crines fueron trenzadas y adornadas con coloridos lazos. Él, se sentía que lo habían ataviado muy femenino, no le importó, pues se dio cuenta como las yeguas del otro lado lo miraban de reojo y con celos. Oía como comentaban y decían que aun así estaba enormemente bello. Que los adornos femeninos que le colocaron le hacían más interesante.

Llegó el momento y en sus lomos se sentó un señor de estatura baja y sus huesos bien curtidos de carne  grasa. No le agradaba nada llevarlo de paseo, pero él no podía elegir a quien pasear. Ya podía haberse  lavado sus partes blandas bajas, decía el caballo, porque de vez en cuando el hombre se ahuecaba un poco para que corriera el aire entre sus muslos y las posaderas que se le quedaban pegadas a la piel del caballo.
De pronto un sonoro  y oloroso cuesco  invadió las naricillas y las orejas del pobre caballo.
Dios, este hombre está podrido. Así decía yo que la entrepierna le olía a carne podrida. El pobre caballo  se resistió y pensó en que pasaran rápidos los minutos para dejar de oler a pescado podrido y a cuesco rancio.

Diez minutos de descanso y una hermosa dama lo montó. Era delicada, tomaba sus crines entre sus dedos con suavidad, como si sus manos fueran de terciopelo.  Masajeaba el cuello largo y duro del caballo y apoyaba su tronco en el cuello  para besarlo y decirle lo bello que era. Él sentía sus pechos delicados y  estiraba sus orejas todo orgulloso y su cola se balanceaba acariciando sus nalgas. Cada vez que el tronco de la joven se pegaba a su cuello y los labios se posaban en su cabeza, él sentía un escalofrío y un olor a fresas frescas invadía su nariz. Podía estar horas y horas paseando a la dama.

Su próximo jinete fue un niño malvado que lo daba patadas y tirones de crines y de las orejas. Maldito niño decía, que mal educado estas. Cuando te bajes y te acerques a mí te voy a llenar de babas, a ver  si no vuelves más a incordiarme. Así fueron pasando los días del caballos. Hasta que se hizo  mayor y lo dejaron pastando en la pradera con las demás yeguas.

Un piojo
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Un piojo jugaba al escondite de una gran cabeza de melena rizada y cabellos negros.
Era un gran colchón mullido. Lo único que temía era que cuando más tranquilo estaba durmiendo, las uñas de la niña hacían acto de presencia y se arrascaba con fuerza. Él daba un respingo para no ser alcanzado y se pasaba al pelo que había detrás de la orejas izquierda.
Cuando se cansaba de esta cabeza   la dejaba  no sin antes llenarla  de huevos. Unas liendres que nacerían en unos días dando la vida a nuevos piojos. E incordiando en las cabezas de niños y niñas.
Así se pasaban la vida chupando la sangre hasta que algún producto en algún champú los intoxicaba y pasaban a mejor vida.

La tarde de lluvia me ha inspirado.
Ahora me voy a comprar que luego he quedado con mi compañero para ir a la piscina.
















2 comentarios:

  1. Relatos breves muy interesantes: solo a ti se te ocurre dar voz a la tierra, a un caballo, y a un piojo.
    Felicidades

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