viernes, 1 de marzo de 2019

Alguien mientras dormimos manipula nuestra mente

Era un paisaje dantesco. Se olía la muerte. Algo había en el lugar que se percibía el mal.
Carreras de gentes para un mismo  lado. Niños caminando solos en la noche oscura en donde ni las velas transparentes  que se derramaban por sus naricillas los alumbraban. Barullo, desconcierto. Un ambiente que al mirarlo era frío y podrido. Era como si varias hienas hubieran dado muerte porque sí a criaturas, que bajo un agua aun transparente  se ahogaban sin remedio. Padres, madres, abuelos y abuelas que de aquella manera salieron fuera de sus casas sin saber cuál era el motivo, se vieron sumidos en esa carrera sin más. Unas en camisón. Otros desnudos porque la noche les sorprendió acariciándose  así mismos o en pareja.  Sintieron la necesidad de salir y se chocaron con la muerte.
Todos iban en una sola dirección. Nada les llamaba, nada ni nadie les guiaba. Era como si sus cabezas fueran manejadas por algo con mucha fuerza. No se sabía si  por el viento, si el perfume de una flor, si un gato, si algún perro. Humanos sin decisión propia  pero que todos se seguían mientras podían caminar. Nadie lloraba cuando su hijo  o hija se caía y moría ahogándose porque no podía respirar. Pareciera que les hubieran robado los sentimientos. Nadie ayudaba a nadie. Ni los niños se sorprendían cuando alguno de sus progenitores se desplomaba en el suelo. Ahí lo dejaban y seguían a la masa de humanos.
Cada vez se adentraban más en la noche oscura y macabra. Los pájaros comenzaron a volar cerca de los humanos y también iban muriendo. Todos tenían en común la tristeza en sus ojos. El brillo que lucían unas horas atrás se había borrado y sus ojos estaban secos, de una languidez extrema. 
Los humanos corrían sin más  y los pájaros volaban muy cerca de las cabezas del gentío. Las flores a su paso se marchitaban. Los árboles dejaban que se  desprendieran sus  ramas y que sus  hojas cayeran al suelo como mariposas muertas.  De pronto la enorme fila de personas corriendo se iba haciendo  más corta.  Cada vez uno estaba más cerca, sin gente delante de él o ella. Un gran precipicio se los tragaba.  Los iba absorbiendo,   nadie era capaz de pararse para advertir a los demás que iban derechos a una muerte segura. 
Apunto estuve de caer en ese precipicio, pero desperté sudorosa por tanto correr, sofocada y muerta de miedo. Era una pesadilla espeluznante.  Creo que hice una cena muy copiosa. 


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