Muchos ataúdes navegaban playa abajo. La noche de antes varias familias, incluso la mía, decidieron que la vida no tenía sentido. Tiempo atrás, encargaron a un carpintero de gran prestigio ataúdes de pino, los más económicos del mercado. Los querían sencillo, con pocas cosas extras.
Sí querían que tuviera una radio camuflada al lado del esquinazo de la izquierda, junto a la cabeza; de esta forma tan sólo con girar el torso y alargar el brazo podrían llegar y dar el volumen, sintonizar la emisora que quisieran, para estar entretenidos durante la travesía y que el ruido de la mar no les asustase.
Solo un ataúd se quedo parado en la orilla. Resulta que a Manuela le vino un apretón de esos que son muy líquidos y no pueden aguantar dentro de las tripas. De un salto, mientras los otros ataúdes se impulsaban para flotar en aguas saladas, ella salió del ataúd con unos movimientos algo raros. Tenía la mano tapando el culo, bueno el agujero negro que está entre cacha y cacha. Hacia unos movimientos algo raros como meciendo el cuerpo para sujetar el vientre y que éste no diera un reventon. No encontraba un lugar aparente donde agacharse y dar rienda suelta a esos líquidos que tanto ruido hacían en sus entrañas. Por fin encontró un hueco en donde una pobre tortuga salia a sabiendas de que alguien había visto la intención de poner sus huevos.
Allí Manuela descargó una gran tormenta pero sin truenos ni relámpagos, si no, con un olor a podrido verdoso y nauseabundo, una especie de papilla color marrón clarito, y montones de pedos que se olían a varios kilómetros a la redonda. Tal fue el olor a podrido que una bandada de gaviotas que reposaban tranquilamente, después de darse un festín con un banco de pequeños peces que nadaban en las profundidades de ese mar tranquilo, salieron volando despavoridas.
Manuela no tenía papel para limpiarse y notaba como se había manchado las cachas y los "labios". Espurreó tanto la mierda al salir de esas tripas aprisionadas, que manchó hasta sus enaguas.
Cortó como pudo un trozo de tela de la enagua manchada, le dio la vuelta y se limpio. Pero tuvo que cortar otro pedazo y escupirlo para que quedara toda su parte intima bien limpia; tan limpia y brillante como un jaspe.
Volvió al ataúd. Se vio tan sola que se puso a llorar. Nunca imaginó que la soledad en tierra fuera tan dura.
Estuvo esperando por si alguno se arrepentía y se daba la vuelta. No veía ningún ataúd a lo lejos. Oscureció. Tan solo la luna llena la acompañó en esa noche de soledad.
Se quedó dormida.
Cuando despertó estaba toda la cama llena de mierda. No había ningún trocito de sabana blanca, todo era de color amarillento y el olor era tan insoportable que salio corriendo al váter a vomitar nada.