jueves, 13 de diciembre de 2018

Pequeño cuento de la Soledad



Nunca llegó a entender el  porque de ese rechazo tan brutal si era igual que los demás. Tenía dos piernas, dos pies con cinco dedos cada uno. Tenía dos brazos, dos manos con cinco dedos en cada mano. Tenía unas orejas cubiertas con la melena de su pelo de un color azabache amielado. Dos ojos oscuros como la noche en forma de almendras endulzadas. Hablaba cuando la dejaban, reía cuando podía y la situación lo requería. Era estudiosa, bondadosa y muy sensible. 
En el patio del colegio siempre estaba sola sentada en el único banco; al igual que esa hoja, rodeada  de ruidos, risas y juegos de los demás niños y niñas de su instituto.


Sentía la algarabía y envidiaba al  no ser aceptada y no poder jugar como lo hacían los demás. 
Ningún profesor o profesora caía en la cuenta que era rechazada,  nunca le preguntaron. Daban por hecho que ella no quería jugar ni integrarse como los demás alumnos del centro.
Ella, entre sus manos, siempre tenía un libro o un bolígrafo junto con un  cuaderno en donde tomaba sus notas.
Era como una especie de diario que ella guardaba y nunca dejó al alcance de nadie. Era su tesoro; su gran tesoro y desahogo. Era su vía de comunicación. Allí contaba todo lo que le sucedía. Sólo las hojas de ese cuaderno sabían de su soledad y de los desplantes de algunos de sus compañeros. También de algún que otro bofetón  que le habían dado las chicas al pasar al cuarto de baño. Algún que otro día en una de esas encerronas, tal era el maltrato,  se lo hacía encima porque el miedo le soltaba la vejiga; con ello las risas eran aun más envenenadas. Salía corriendo,  logrando llegar lo antes posible  a su casa, con la cabeza agachada y empapada en su propia orina.  
Siempre calló. Nunca le contó nada a sus dos hermanos mayores que ella. Tampoco a sus padres.
Cansada del maltrato psicológico y físico, se rindió y comenzó a hacer ayunos. Cada vez tomaba alimentos más líquidos porque su cuerpo no podía digerir alimentos sólidos. Dejó de tomar la comida del mediodía que su madre  dejaba preparada para los tres hijos. Cada uno comía a horas diferentes por eso nadie se dio cuenta que ella no comía. En las cenas se llevaba un vaso de leche y se metía en su habitación. al día siguiente más de medio vaso iba al váter antes de sentarse ella a echar lo poco que su menudo cuerpo había digerido. La ropa comenzó a quedarle como un serón y con ello su esquelético cuerpo no se apreciaba.
Al mes sus hermanos notaron un olor extraño que salía de su habitación. Llamaron.  En vista que nadie  abría, forzaron la puerta. El hedor les hizo ponerse el brazo  en la nariz; la propia tela del jersey hizo de barrera  y dejaron de oler  a pises  y heces. Su hermana tirada en la cama era como un montón de huesos en hilera. .

El hospital y  los médicos que la atendieron tuvieron  mucho trabajo hasta que la nutrieron y cogió fuerzas. Allí un psicólogo a fuerza de sonsacarle y darle confianza para que ella le contara, se dio cuenta del calvario que había tenido que pasar  para llegar a quedarse como un ser despojado de toda grasa y carne. Su cuerpo llegó a ser un manojo de pieles adherido a un esqueleto que ni fuerzas tenía para sujetarse de pie.

Llamaron al colegio.  El director   reunió a los profesores y  compañeros de Vera. Se supo que la estaban haciendo bullying; ella al no poder más intentó dejarse morir. Afortunadamente no lo logró y hoy día es una señorita de una gran belleza física, mental y de corazón quien está ayudando a otros jóvenes para que no caigan como ella cayó.




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