miércoles, 17 de octubre de 2018

Pequeño cuento verídico. El anestesista...

Como cada día baja al comedor a ver que menus habían  preparados y que le podría  apetecer  para comer.
Había  perdido el gusto por la comida y para ella ya no era un placer comer, si no, formaba parte de su supervivencia.
Por su problema de intolerancia tenía  que ir preguntando si las salsas y platos principales tenían harina de trigo.  Si los pescados y filetes rebozados llevaban huevo. Comía sin ganas, pero comía  porque sabía que la comida seria su combustible para darle  fuerzas e ir soportando el día a día.
Lo más agradable del comedor eran los postres que estaban llenos de coloridos. El arroz con leche y el aroma que salía de la canela y la piel del limón. Las gelatinas de tres colores. Las frutas varias que aunque pequeñas de tamaño, eran  grandes en color. Elegía siempre gelatina de tres colores o arroz con leche. 
Para beber un zumo de piña o de melocotón que subía a la habitación y se lo daba de beber a su padre. Todo ello formaba parte del menú. Primer plato, segundo plato, postre, agua,  zumos o refrescos. Un trozo de pan que a ella le daban no todos los días porque el pan sin gluten se terminaba rápido.
Había un camarero muy agradable que ya sabía lo que ella podía comer y estaba pendiente de decirle si esas lentejas que había señalado  llevaban o no refrito de harina. Daba la sensación que al camarero le daba pena verla en el comedor porque llevaba yendo muchos días. Ella se dio cuenta de que su plato iba siempre más cargado que el de los demás. En todos los platos servían dos cazos , pero este camarero le añadía en su plato un cazo más.   Creo que  llegó a tomar simpatía por ella o tal vez pena al ver que cada día bajaba a comer. Nunca a desayunar ni a cenar, sólo a comer. 

Después de un día largo en el hospital ella salía hacia su casa para darse una ducha y despejarse del día entre camas, enfermos, enfermeras y médicos. Su cuñada la subía en su coche y a cargo de su padre se quedaba su cuñado. 

Se daba una ducha rápida, recogía la ropa que el día anterior se había cambiado y lavado.  Se la volvía a poner y rápido de nuevo al hospital para pasar otra noche más al cuidado de su padre.

Ese día llegó al hospital sobre las 20:30 horas. Su padre como cada día no quería cenar pero ella lo convencía y cenaba. Entró el anestesista  a la habitación y al ver que le estaba dando de cenar, la dijo que la esperaba fuera. que le diera de cenar  tranquilamente, y  que quería hablar con ella. Salió  hablar con él al pasillo.

Sus ojos eran de un azul cielo limpio. Alto, cara de Ángel y muy expresivo. Su cuerpo apoyado en la pared. Las manos atrás en la cintura y el pie derecho apoyado igualmente en la pared. 
Comenzó diciéndole que su padre estaba muy delicado y no podría aguantar la anestesia y que habían decidido hacerle un arreglo en la cadera para que pudiera estar de una butaca a la cama y de la cama a la butaca. ¡De pronto ella quedó paralizada unos segundos!. 
No, nooooo, eso no pueden hacerlo, tienen que operarlo sí, o sí. Él continuó diciendo que  tenía el corazón delicado y el riñón no iba bien y corría mucho riesgo de quedarse en la operación.
Ella todo eso lo sabía y al ingreso firmó que estaba de acuerdo en que lo operaran a pesar de todos esos riesgos. Mejor que ella no lo conocía nadie. Sabía que él prefería morirse a quedar imposibilitado en una silla de ruedas. 
El anestesista decía lo mismo que le iban hacer un arreglo para quitarle los dolores pero que no podría andar.
¿Usted le haría eso a su padre?
Le preguntó.
Silencio rotundo, el anestesista no respondía. 
Ella le contestó al anestesista que lo que iban hacer era dejarle muerto en vida. 
Sus ojos azules se abrieron y se formaron dos lunas crecientes en un cielo  inmenso lleno de negrura.
Volvió a repetirle lo mismo, ustedes quieren dejar a mi padre muerto en vida. 
El anestesista no dijo nada, simplemente puso la mano en el hombro de ella , mañana hablamos.

Menudo cuerpo se le quedó a ella. Después de un día estresado en el hospital. Su padre con una sonda nasogástrica para echar todo lo acumulado en el estómago. Otra sonda rectal porque tuvo un paro intestinal. Después de tanto sufrimiento de ir de acá para allá le dan ese comunicado a las nueve de la noche. No se derrumbó mientras hablaba con el anestesista, pero en cuanto se fue, se metió en el cuarto de baño y allí sus lágrimas formaron un torrente de mar.
Necesitaba hablar con alguien, contarle lo que le había pasado.
Marcó el teléfono de su primo que es médico y se desahogó.
Llamó también a su marido he hizo lo mismo.
Más calmada intentó dormir.
En los hospitales la noche es un continuo sobresalto. 
Amaneció.
Pasó otro día por medio.
Volvió amanecer y esa mañana hablaron de nuevo los médicos con ella. Decidieron operarle y ponerle una prótesis de cadera. 
Había que esperar que su cuerpo estuviera limpio y sus tripas volvieran a funcionar.
Ingresó el 23 de mayo y el día 7 de junio lo bajaron a quirófano deprisa y corriendo porque habían rechazado a otra persona. Fue operado  y dado de alta el día 13 de junio. Hoy día camina dos horas por la mañana y una hora por la tarde con el andador, con una persona a su lado para acompañarlo. En  su casa camina sin andador. El andador le da seguridad. Está feliz y su vida dentro de las limitaciones que tiene por ser una persona mayor de 86 años, es una vida agradable.  Sonríe, se enfada pero está vivo, y no muerto en vida.



  

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