miércoles, 11 de abril de 2018

micro-relato

Adolfo y su doble vida
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... Adolfo hizo lo que pudo para esconder su sexualidad. Su mujer cansada de que los fines de semana se fuera de pesca con sus  amigos,  eso le decía a ella, comenzó a indagar. 
Adolfo era hombre de pocas palabras. Poco activo en la cama. Sin embargo, llevaba veinte años de relación matrimonial de la cual había dos hijas preciosas. 
Nunca discutía.  No se enfrentaba a su mujer a pesar de que ella le intentaba sonsacar de malas formas y siempre malhumorada. Ella pasaba mucha hambre en la cama. Generalmente tenía que ser autosuficiente y darle placer a su cuerpo con sus propias manos, o con un artilugio  con pilas, un pene frío y  de un color chillon  de plastico, que su propio marido  le regaló en alguna ocasión a la vuelta del fin de semana. Ella sospechaba y no veía la forma de dar con algo muy fuerte que sucedía  mientras su marido estaba fuera. Cuando él salía por la puerta con su maleta con ropa limpia. Con un olor a perfume que dejaba todo un reguero de olor agradable por allí por donde pasaba. Salía por la puerta con una sonrisa de felicidad como nunca le había visto entre semana.
Los días de la semana,  Adolfo estaba como ausente. La rehuía cuando ella le ponía la mano en la entrepierna y le pedía  jugar en la cama. Él procuraba que las manos alargadas de su esposa no llegarán a la bragueta.
Llegó el viernes por la tarde. Las dos hijas quedaron en casa de sus primos para ir al cine y dedicar el fin de semana para hacer un trabajo que les había pedido un profesor de la universidad donde estudiaban.
Monse, la esposa de Adolfo, le dijo que ese fin de semana se iba con él y sus amigos  de pesca. Adolfo quedó pálido y congelado, no de frío, si no que su sangre dejó de circular y la palidez era mortífera. 
Al cabo de un rato, cuando la circulación volvió a llegar a su cabeza, Adolfo le dijo a su mujer que no saldría de pesca, que le habían llamado sus amigos y no habían quedado ese fin de semana.
En veinte años era el primer fin de semana  que Adolfo no lo pasaría  fuera.  Estuvo muy frío y apenas dirigió la palabra a su esposa. Se quejaba de que no se encontraba bien.
La astucia de la esposa, le hizo descubrir que él los fines de semana quedaba con un chico al menos veinte años menor que él. No iba de pesca, si no que,  quedaba con  este chico en su casa de campo y allí pasaban los dos en su nidito de amor. 
Él se pensaba que ella no tenía ni idea de usar el ordenador, porque no tenía por costumbre como él hablar por las noches largo y tendido en un chat. Una de las veces que le llamaron por teléfono, minimizó la conversación que tenía con su amante, al igual que hizo miles de veces a lo largo de los años de convivencia con su esposa. Esa vez  su mujer, que ya  tenia  algo  de tras de la oreja, entró para mirar lo que hacía su esposo en el ordenador. Se puso a leer mientras escuchaba hablar en voz alta en otra habitación de la casa a su esposo. Así un día tras otro, hasta darse cuenta de que no iba de pesca, si no que se iba con su amante. En una de las conversaciones le felicitaba por su cumpleaños y por los años tan maravillosos que le estaba dando. Cuando la esposa terminó de leer todas las conversaciones que había en ese chat, se quedó arrugada como una pasa. No dijo nada. Comenzó acostarse más tarde que él, y en lugar de ir a la cama matrimonial, se quedaba en el sofá con la televisión encendida. Hasta que un día cuando Adolfo llegó del trabajo, le tenía las maletas con sus pertenencias en la puerta. Dentro de un sobre había una nota donde decía, era más fácil haberlo hablado conmigo y lo hubiera entendido. Tú hubieras sido feliz las veinticuatro horas del día, y yo toda la vida. Deseo que te vaya bien, no quiero volver a verte. Eso sí, quiero que les expliques a tus hijas porque te vas de casa.


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